Gato y Mancha
Juan Maria Coria
El Indio
13/05/2011
El pago donde se encuentra la Estancia El Cardal de Don Emilo Solanet, ya cuenta con el monumento que recuerda la epopeya de "Gato y Mancha". En la inauguración de la obra maestra, ubicada en la esquina de la Plaza Colon por la Avda. Dr. Pedro Solanet, se hizo presente el Intendente de Ayacucho, Dario David.
El acto se realizó al cumplirse el 86º aniversario de aquel 24 de abril de 1925, cuando se inició en Buenos Aires una de las travesías más famosas del siglo. Dos caballos criollos, Mancha y Gato, guiados por el profesor suizo Aimé Tschiffel recorrieron los 21500 Km (4300 leguas) que separan a la ciudad de Buenos Aires de Nueva York y conquistaron el récord mundial de distancia y altura, al alcanzar 5900 metros sobre el nivel del mar en el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata (Bolivia). El viaje se desarrolló en 504 etapas con un promedio de 46,2 Km por día. Aimé Tschiffel estaba convencido de la fortaleza de los rústicos y nada estilizados caballos criollos, y quería demostrarlo.
Cabe recordar, que los restos de Aimé Félix Tschiffely y de los dos caballos criollos, descansan juntos en El Cardal. Como quién diría, “Ayacucho es el refugio de dos glorias muy camperas. Gato y Mancha son los nombres de esta historia verdadera”
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Caballos Criollos argentinos que marcharon desde Buenos Aires, Argentina a Nueva York, guiados por el suizo Aimé Félix Tschiffely.
Al inicio de la travesía, Mancha (pelaje: overo) y Gato (pelaje: gateado) tenían 15 y 16 años respectivamente. Su carácter era poco amigable. Habían crecido en la Patagonia, donde se habían acostumbrado a las condiciones más hostiles. Su propietario, Emilio Solanet, se los había comprado al cacique tehuelche Liempichún en Chubut.
Domarlos puso a prueba las facultades de varios de los mejores domadores. Cuenta el profesor suizo: "Desde los primeros días advertí una real diferencia entre sus personalidades. Mancha era un excelente perro guardián: estaba siempre alerta, desconfiaba de los extraños y no permitía que hombre alguno, aparte de mí mismo, lo montase... Si los extraños se le acercaban, hacía una buena advertencia levantando la pata, echando hacia atrás las orejas y demostrando que estaba listo para morder... Gato era un caballo de carácter muy distinto. Fue domado con mayor rapidez que su compañero. Cuando descubrió que los corcovos y todo su repertorio de aviesos recursos para arrojarme al suelo fracasaban, se resignó a su destino y tomó las cosas filosóficamente... Mancha dominaba completamente a Gato, que nunca tomaba represalias".
El amor a su jinete está reflejado en sus cariñosas palabras: "Mis dos caballos me querían tanto que nunca debí atarlos, y hasta cuando dormía en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludaban con un cordial relincho."
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